Salmón modificado genéticamente en la parte posterior y un salmón no modificado genéticamente en primer plano. Foto: AquaBounty Technologies.

Salmón de Aquabounty abre las puertas al consumo humano de animales genéticamente modificados

EE.UU: La venta de pescado modificado ha ampliado el debate sobre los alimentos genéticamente rediseñados.

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Cuando se reveló que el salmón modificado genéticamente ahora se vendía en Canadá, hubo una violenta reacción de los grupos ecologistas contra los transgénicos.

Esta reacción de debió a que Aquabounty Technologies, compañía estadounidense de biotecnología, declaró que había vendido una pequeña cantidad de su salmón AquAavantage.

Diseñado para crecer al doble de la tasa de salmón común, es el primer ejemplo de un animal genéticamente modificado criado y vendido para consumo humano.

"La principal ventaja es que los peces se pueden cultivar en tanques en tierra, lo que reduce enormemente el costo del transporte y la carga sobre el medio ambiente. La demanda de proteína global está aumentando, por lo que tenemos que hacer un mejor trabajo y tenemos que hacerlo de manera eficiente", comenta Ronald Stotish, director ejecutivo de Aquabounty.

Ventas

Aquabounty ha vendido alrededor de cinco toneladas de su producto, una pequeña fracción de las más de 2 millones de toneladas de salmón Atlántico que se venden anualmente en todo el mundo. Sin embargo, algunos expertos creen que este pequeño primer paso podría marcar el comienzo de una nueva era en la producción de alimentos genéticamente modificados, allanando el camino para que lleguen más productos animales a un mercado que hasta ahora se ha centrado exclusivamente en los cultivos.

“El salmón de Aquabounty, que fue examinado por los reguladores durante años antes de obtener la aprobación para su venta, ha establecido un modelo que otros pueden copiar ahora”, sostiene William Muir, profesor de genética de la Universidad de Purdue en Indiana.

"Fueron aguas inexploradas. Realmente no sabían cómo regularlo. Ahora, otras aplicaciones surgirán a toda velocidad ahora que Aquabounty ha roto el obstáculo normativo", expone.

Camino al mercado

Aquabounty consigió la aprobación para vender en Canadá en 2016 después de una espera de seis años. Pero obtener la luz verde de los reguladores es solo una parte de la historia. Muchos grupos de consumidores y ambientalistas siguen opuestos a que se venda el salmón genéticamente modificado (GM).

Aunque los salmones Aquadvantage son todos estériles, una preocupación común es que las especies fértiles de transgénicos podrían escapar a la naturaleza y dañar a las especies silvestres al cruzarse o en la competencia por los recursos.

"Esto pone de relieve el continuo rechazo público de los alimentos transgénicos", dice Honor Eldridge, analista de políticas de Soil Association, la asociación orgánica líder del Reino Unido. "En última instancia, el mercado -no los puntos de vista de políticos, compañías de GM y científicos pro-GM- siempre ha decidido el destino de los cultivos transgénicos y los alimentos, y eso continuará", comenta.

En Europa, la oposición política general a los productos modificados genéticamente también es bastante alta. Muchos países, especialmente Francia y Alemania, siguen oponiéndose. Aun así, es difícil predecir cómo reaccionarán los consumidores ante un producto en particular. En los Estados Unidos, se venden fácilmente, y China ha comenzado a importar alimentos GM, y está desarrollando su propia industria agroquímica al mismo tiempo que aplica algunas prohibiciones provinciales.

Sin desanimarse, Aquabounty está preparando una nueva instalación de producción en Canadá, que se suma a su unidad existente en Panamá. La compañía planea comenzar a vender al mercado estadounidense el próximo año, habiendo obtenido el permiso de la FDA en 2015. También ha presentado solicitudes ante reguladores en Argentina y Brasil, y está considerando los mercados de Chile y China como futuras regiones de expansión.

"No existe riesgo para la salud humana del producto. No veo, científicamente, por qué debería detenerse", puntualiza el profesor Muir.

Lea la nota original en Financial Times