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Columna de Opinión

Plásticos no reciclables en la salmonicultura: ¿eficiencia operativa o eficiencia ambiental?

Benjamín González.

Para Benjamín González, seguir incorporando materiales no reciclables sin una solución post uso clara, no es consistente con una industria como la del salmón, que aspira a ser cada vez más sostenible.

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*Columna de opinión para Salmonexpert de Benjamín González, consultor en sostenibilidad, economía circular y valorización de residuos industriales.

La salmonicultura chilena ha avanzado de manera significativa en sostenibilidad durante la última década. Regulaciones más exigentes, certificaciones internacionales, mejoras operacionales y una mayor conciencia ambiental han empujado cambios reales en múltiples dimensiones del negocio. Sin embargo, existe un aspecto que sigue generando una tensión no resuelta y que merece una discusión más profunda: el uso extendido de materiales plásticos no reciclables en componentes críticos de la operación.

Hoy, buena parte de las decisiones de diseño y compra de productos plásticos en la industria se explican —y se justifican— por dos variables principales: durabilidad en condiciones operativas extremas y costo. Boyas, flotadores, cabos, redes, tuberías, recubrimientos y otros elementos cumplen funciones clave en ambientes altamente exigentes, y es razonable que la prioridad histórica haya sido asegurar continuidad operacional y reducción de riesgos.

La pregunta es si ese enfoque, sin ajustes, sigue siendo ambientalmente eficiente.

¿Es realmente sostenible maximizar meses o años de vida útil de un producto plástico si, al final de su uso, no existe una alternativa viable de reciclaje o valorización?

¿Es coherente priorizar el menor costo inicial cuando el costo ambiental y de disposición final queda fuera de la ecuación?

Desde una mirada de economía circular, la eficiencia no puede medirse sólo en desempeño técnico o precio de compra. La eficiencia ambiental exige considerar el ciclo completo del material, desde su diseño y fabricación hasta su destino final. Y ahí es donde aparecen las brechas.

Hoy existen en el mercado productos plásticos claramente no reciclables que compiten en igualdad de condiciones con alternativas potencialmente más circulares, simplemente porque su impacto post uso no está internalizado en el precio. Esto genera una distorsión relevante: quien fabrica y vende un producto no reciclable transfiere el problema —y el costo— al final de la cadena, generalmente al productor o, en el peor de los casos, al territorio.

¿No sería más eficiente que esos productos incorporaran desde su origen un mecanismo de responsabilidad extendida real?

Por ejemplo, una tasa, impuesto o valor adicional que asegure cobertura para su correcta gestión y disposición final, cuando no existe una alternativa de reciclaje viable.

No se trata de castigar materiales, sino de nivelar la cancha. Si un producto no puede ser reciclado, reutilizado ni valorizado, su precio debiera reflejar esa externalidad. De lo contrario, seguirá siendo artificialmente competitivo frente a soluciones que sí están intentando avanzar hacia mayor circularidad.

En este contexto, parece oportuno abrir una conversación de mayor alcance: la posibilidad de avanzar hacia un acuerdo de industria que aborde de manera explícita dos temas estrechamente vinculados.

Por una parte, criterios comunes para el uso de materiales no reciclables, estableciendo condiciones claras para su incorporación, exigencias de gestión post uso y responsabilidades compartidas entre fabricantes, proveedores y productores.

Por otra, revisar críticamente la práctica de los remates de residuos, que fragmentan la trazabilidad, diluyen responsabilidades y dificultan demostrar una gestión ambiental coherente. Avanzar hacia esquemas que prioricen reutilización, valorización trazable y responsabilidad sobre el ciclo completo del material no sólo mejora el desempeño ambiental, sino también la legitimidad de la industria frente a comunidades, reguladores y mercados.

La salmonicultura chilena tiene escala, capacidad financiera y poder de compra suficientes para liderar este tipo de acuerdos. Ya lo ha hecho antes en ámbitos complejos como bioseguridad, bienestar animal, certificaciones y estándares productivos. Cuando la industria se alinea, el mercado proveedor responde.

Este debate no es técnico únicamente; es estratégico.

Seguir incorporando materiales no reciclables sin una solución post uso clara —y sin hacernos cargo de los remates como salida habitual— no es consistente con una industria que aspira a ser cada vez más sostenible.

Abrir este debate no debilita a la salmonicultura chilena. Al contrario, la fortalece. Porque una industria que se toma en serio la economía circular no solo optimiza su operación: asume, de manera colectiva y coherente, la responsabilidad sobre los materiales que pone en el territorio.